Las explosiones y protestas sociales como la que estamos viviendo en estos momentos, que partieron con el “Santiagazo” del 18.10 y que se han expandido rápidamente por todo el país, son habitualmente el preludio de cambios políticos más o menos profundos. Puede que estos no sucedan de inmediato, pero inevitablemente sobrevienen.
Si examinamos la historia reciente en diversos países podemos corroborarlo: el “Caracazo” de fines de febrero y comienzos de marzo de 1989 –que se produjo cuando el recientemente reelegido presidente socialdemócrata Carlos Andrés Pérez impuso contra todo lo que se esperaba de él una política restrictiva y de aumento de precios- fue el preludio del chavismo en Venezuela.
La explosión social en Argentina del año 2002 -con la caída sucesiva de varios presidentes en un corto plazo- desembocó finalmente en el prolongado dominio de la variante kirchnerista del peronismo, cuya influencia está por lo visto lejos de desaparecer.
Una variante virtuosa de los procesos de protesta fueron las manifestaciones espontáneas y pacíficas surgidas en la ciudad germanooriental de Leipzig a mediados de 1989, que condujeron finalmente a la caída del Muro de Berlín. El liderazgo político superlativo de Helmut Kohl supo recoger y canalizar el espíritu de dicha protesta y conducirlo finalmente a la reunificación alemana, un año más tarde.
Ese mismo año, las protestas y convulsiones políticas en Sudáfrica llevaron al régimen del “Apartheid” a ceder y liberar de la prisión a ese otro gigante de la política mundial que fue Nelson Mandela, quien supo transformar el odio acumulado durante décadas en cooperación y unidad nacional, permitiendo el fin del gobierno segregacionista y una transición pacífica a la democracia.
Pero tampoco Chile estuvo ajeno a estos procesos. Los “cacerolazos” y protestas masivas surgidas a fines de 1983 fueron el antecedente de nuestra propia transición democrática y del fin de la dictadura cívico-militar.
¿Y qué sucederá ahora? Difícil predecirlo. Lamentablemente, se echan de menos liderazgos visionarios y unificadores, que puedan canalizar la protesta y llevarla a un resultado satisfactorio. Pero nunca es tarde para que surjan. Es de esperar que ello ocurra por el bien de nuestro país.
Jorge Gillies, académico de la Facultad de Humanidades y Tecnología de Comunicación Social, UTEM