A priori el argumento del nuevo éxito cinematográfico libanés, Cafarnaúm, puede resultar poco verosímil, como han apuntado algunos críticos: un niño llamado Zain denuncia en los tribunales a sus padres por haberle traído al mundo.
Sin embargo, tras esta premisa inicial, la directora, Nadine Labaki, desarrolla una historia destinada a denunciar las condiciones de vida de todos aquellos que son invisibles para el Estado, aquellos que sobreviven en la ilegalidad por carecer de documentación oficial, como es el caso del joven protagonista. Ella misma lo explica en las múltiples entrevistas concedidas durante la promoción de la cinta, “Si no tienes papeles, no tienes derecho a nada”.
Labaki eligió el término Cafarnaúm por su significado, “caos”, que describe a la perfección la situación que se vive a diario en muchas calles del mundo. Ella ha centrado la trama en el Líbano, lo que conoce y donde vive. Por ello, sitúa el periplo de Zain, desde la huida de la casa de sus padres hasta su internamiento en una prisión para menores, en el caos de la cosmopolita Beirut.
Durante ese espacio de tiempo, conoce a otros personajes –una joven inmigrante etíope y una niña refugiada siria– que viven también en la ilegalidad.
Los libaneses invisibles en su propio país
Zain, de tan solo 12 años, vive al margen de la ley por no haber sido registrado tras su nacimiento. Lejos de ser un caso extremo, éste se repite constantemente en los suburbios más deprimidos del Líbano, donde muchos padres nunca llegan a registrar a sus hijos. Incumplen así, con la complicidad del Estado, que ni facilita ni controla, la Convención de derechos del niño de Naciones Unidas, acordada en 1989 y que subraya el derecho de todo menor a ser registrado legalmente.
Los padres de Zain argumentan en la película que carecían del dinero necesario para pagar la tasa requerida para el registro. Lo cierto es que el principal freno que existe, en la mayoría de las ocasiones, es la obligatoriedad de que el padre sea libanés y que sea éste, necesariamente, el que lo tramite en un plazo nunca superior a un año desde el día del nacimiento. Pasado ese tiempo, el registro se vuelve más complejo y debe remitirse a los juzgados.
La madre no puede realizar la gestión y el niño solamente cuando cumpla los 18 años, siempre y cuando demuestre la nacionalidad libanesa de su progenitor. A todo ello se une el hecho de que la ley no penaliza a los padres por no registrar a sus hijos. Los niños indocumentados no tienen acceso a derechos tan básicos como la sanidad y la educación y son, además, blanco fácil de abusos de todo tipo.
Los problemas de estos “sin papeles” no decrecen en la edad adulta, ya que carecer de documentación impide llevar una vida normal. Entre otras desventajas, les deja expuestos a la explotación en el mercado laboral e impide formar una familia, si no se está dispuesto a que los descendientes tengan que afrontar las mismas dificultades.
Los inmigrantes y el sistema de esponsorización
El personaje de Rahil, la joven etíope que acoge a Zain cuando éste huye de su casa, pretende dar voz a otro de los colectivos que frecuentemente se encuentran en la ilegalidad: el de los inmigrantes que huyen de su empleador local, al que se encuentra vinculado su derecho de residencia según el sistema local de esponsorizacion de trabajadores extranjeros, conocido como Kafala y utilizado en muchos otros países árabes. Si rompen unilateralmente su relación con éste, pierden el derecho de estancia en el país.
El Líbano es un importante destino para inmigrantes de Sri Lanka, Etiopía, Filipinas, Nepal y Bangladesh, que principalmente trabajan en el servicio doméstico. Tras su llegada, muchas veces a través de agencias de colocación, se encuentran con que el sistema de esponsorización les otorga pocos derechos y les convierte frecuentemente en víctimas de abusos. Estos van desde la confiscación del pasaporte hasta la violencia física, motivo por el cual huyen y terminan encontrándose con que no les queda más remedio que buscarse la vida en la calle y ocultarse constantemente de las fuerzas de seguridad para no ser detenidos y deportados.
Se convierten también en blancos fáciles de explotadores locales que buscan mano de obra barata y mafias dedicadas al tráfico de personas. Estos últimos quedan bien retratados en la película a través del personaje de Aspro, un comerciante con un pequeño puesto en un mercado popular que en su trastienda dirige un negocio de trata de personas y que intenta constantemente, a través de todo tipo de argucias, que Rahil y Zain le vendan a Yonas, el bebé de la joven etíope.
El drama de los refugiados sirios
Aunque Labaki ha optado por que la historia gire en torno a un niño libanés, lo cierto es que el drama de los sirios en el Líbano está muy presente en la película. No en vano, el niño que interpreta a Zain es en la vida real un refugiado llegado del país vecino, junto a su familia, huyendo de la guerra y al que el equipo de la película encontró en las calles tratando de ganarse la vida.
El drama de los refugiados sirios se hace visible a través del personaje de una niña siria, muy avispada, que Zain se encuentra vendiendo pequeños objetos en la calle para subsistir.
En la actualidad se estima que hay más de 1,5 millones de sirios viviendo en el Líbano, a pesar de que los registrados no alcanzan el millón. Esto significa que al menos medio millón viven también al margen del sistema y sin documentación oficial. En enero de 2015, el gobierno libanés, que les niega el estatus de refugiados, impuso duras restricciones a la entrada desde el país vecino y complicados requisitos para la permanencia, lo que ha agudizado la situación.
Las dificultades a las que se enfrentan los refugiados sirios no se limitan a los problemas legales, sino que sufren, además, un doble estigma social debido a su situación de pobreza y la percepción de ciertos sectores de la sociedad libanesa de que representan una amenaza a la estabilidad del país. La posibilidad de que pudieran asentarse de manera definitiva infunde el temor de que alteren la balanza sectaria sobre la que se asienta el gobierno del país, ya que, en su gran mayoría, los sirios que han cruzado la frontera son musulmanes suníes.
La falta de un consenso nacional respecto a los sirios ha provocado que no se permita el establecimiento de campos de refugiados oficiales y que familias enteras, con pocos recursos y en un estado legal incierto, se vean abocadas a vivir en condiciones infrahumanas.
Finalmente, es importante destacar una pequeña sorpresa que parece salirse del guión de la película, el cual trata constantemente, por lo demás, de sensibilizar a la opinión pública sobre los más desfavorecidos
En una escena, Zain le pregunta a la niña siria por la procedencia de lo que está comiendo, sorprendido de que lo haya conseguido, y ella le responde que se lo han dado en una organización caritativa, pero que él no puede acudir allí porque no es sirio. Labaki opta así por alimentar la crítica hacia los programas de ayuda a los sirios de las organizaciones humanitarias. Éstos se encuentran frecuentemente en el punto de mira por no incluir a aquellos libaneses que se encuentran en una situación económica igual de precaria que la de los refugiados.
María González-Úbeda Alférez, Doctoranda en Estudios Árabes e Islámicos, Universidad Autónoma de Madrid
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.