En el debate público casi todo el mundo intenta que su posición parezca la más moderada. Cuando alguien apuesta por el punto medio entre dos posiciones se le atribuyen virtudes como inteligencia, sentido común, espíritu dialogante, justicia, imparcialidad y tolerancia. La idea de que la virtud está en el punto medio entre dos extremos tiene, además, la respetabilidad de remontarse a la famosa doctrina del mesotés de Aristóteles. Incluso existe un tópico que afirma que el éxito electoral se sitúa en medio de una línea claramente delimitada entre tendencias políticas, de modo que situarse en el punto medio se considera un indicio de éxito.
Aunque el punto medio sea un argumento que produce muy buena impresión, puede utilizarse para justificar cualquier posición, incluso aquellas más injustas o llenas de odio. Para situarse en el punto medio basta con enfrentar dos posiciones entre sí y presentar una tercera que se encuentre entre las dos anteriores. Como señaló el célebre jurista Kelsen, solo podemos dividir una recta en dos partes iguales si los extremos ya están prefijados.
El argumento del punto medio genera la apariencia de que la postura que se defiende es justa y moderada, con independencia del contenido concreto del argumento. Pero, como señalaba el orador romano Quintiliano, no hay nada malo en que un argumento parezca verdadero gracias a su estructura: los discursos no solo tienen que ser verdaderos, sino que además deben parecerlo. Es muy habitual que se utilicen estructuras lógicas persuasivas, similares a la del punto medio. Un ejemplo es el de exponer una posición equivocada mientras nos situamos a nosotros mismos en la posición contraria y correcta. Otro es el de fijar unas alternativas cerradas: si solo hay estas tres alternativas y dos de ellas son imposibles, nada más que nos queda una.
Un argumento ilegítimo
En algunos casos, el punto medio sí es una falacia, un argumento ilegítimo. Esto sucede cuando el argumento se utiliza con la intención deliberada de situarse en el lugar del “éxito” o de aparentar que nuestra posición es la única justa, aunque seamos conscientes de que estamos faltando a la verdad o deformando las demás posiciones para que parezcan desproporcionadas.
El argumento del punto medio se puede utilizar para defender tanto una posición, como su contraria. Propongo un ejemplo a propósito del debate sobre la prostitución: un discurso desde la posición a favor de la legalización de la prostitución (regulacionismo) podría trazar una línea con dos posiciones extremas y una que se sitúa en el medio. A un extremo encontraríamos una regulación tolerante con la trata, y en el otro extremo encontraríamos una regulación abolicionista (que desde el regulacionismo se define como una regulación que pretende restringir el derecho de las prostitutas a la libre disposición de sus cuerpos).
Entre ambas posiciones se encontraría una postura que defiende derechos para las trabajadoras del sexo, que se presenta como la posición más razonable. Sin embargo, esta apariencia de racionalidad y de moderación queda en entredicho si trazamos una división alternativa, con otro punto medio. El abolicionismo es la posición que considera que la prostitución es una forma de violencia machista. Esta posición también puede elaborar una argumentación con dos posiciones extremas y una que se sitúa en el medio.
En un extremo se sitúa la posición de la legalización (que, según esta argumentación, legitima el hecho de que los hombres paguen por sexo, convierte a los proxenetas en empresarios legítimos y oculta las condiciones de pobreza del 90 % de las prostitutas tras el mito de la libre elección). En el extremo opuesto se sitúa el prohibicionismo (regulación puritana que considera que la prostitución afea el paisaje urbano y que las prostitutas son malas mujeres que deben ser castigadas). En medio, en el lugar del sentido común y la justicia, se sitúa la posición abolicionista (multas para los consumidores, persecución del proxenetismo y alternativas laborales para las mujeres prostituidas).
En ambos ejemplos, el uso del argumento del punto medio causa la impresión de que la posición propia es la más razonable, y es legítimo en ambos casos utilizar esta estructura argumentativa. Pero por ejemplo, no sería legítimo tachar al discurso abolicionista de “putófobo” para ocultar el hecho de que hay mujeres prostituidas que defienden esa posición. También habría una falacia si, conociendo la diferencia entre el abolicionismo (multas a los clientes) y el prohibicionismo (multas a las prostituidas) se confunden ambas posiciones para atacar a la primera con más facilidad.
La filósofa aristotélica Martha Nussbaum denuncia que hoy en día intentamos encontrar algo tan complejo como el bien mediante una medición simple. La banalización de la idea del punto medio forma parte de esta tendencia actual, pues se nos promete solucionar un problema con la sencilla fórmula de comprobar qué postura queda en medio, para eludir nuestra responsabilidad de reflexionar.
La moderación no se alcanza con una fórmula
Ni la ética ni la moderación pueden alcanzarse con una fórmula. Lo moderado siempre se establece en relación con una determinada concepción del bien y por eso vemos discursos de ideologías opuestas que se presentan como los más centrados. Para ser personas moderadas hemos de analizar los discursos con espíritu crítico, tratando de encontrar el punto medio relativo a nuestros propios valores, y para no caer en el relativismo moral contamos con la guía ética de nuestro tiempo: los derechos humanos.
Tasia Aránguez Sánchez, Profesora de Filosofía del Derecho, Universidad de Granada
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