En ausencia de vacunas y retrovirales, la única forma posible de controlar una pandemia como la actual consiste en coordinar esfuerzos de contención global entre los diferentes países y la ciudadanía para ralentizar la propagación del virus. Así se da un poco de ventaja a los sistemas sanitarios nacionales.
En este sentido, China ha implementado una impresionante estrategia de contención basada en el big data: un sofisticado sistema de vigilancia ciudadana, que incluye una red de cámaras en lugares públicos, software de reconocimiento facial y ejércitos de drones.
La tecnología permite al gobierno hacer un seguimiento estricto de los individuos gracias a la geolocalización de los móviles y al cruce masivo de datos privados y su análisis.
La monitorización masiva de China
En China toman la temperatura a las personas por la calle y saben dónde están en cada momento y si han viajado cerca de algún infectado en el tren (en cuyo caso van a buscarles a casa). Es más, cuando piden una hamburguesa, viene anotado el nombre del cocinero que la preparó, asegurando asimismo que su temperatura corporal está por debajo de los 37,3 ℃.
Todo esto es muy interesante desde el punto de vista del big data y a la hora de construir modelos predictivos de propagación de una epidemia. Pero la infraestructura necesaria y el grado de violación de la intimidad son tales que su implementación en países democráticos es impensable.
La falta de transparencia de China al principio de la epidemia y su gestión por parte de la OMS han sido duramente criticadas tanto por occidentales residentes en el país asiático como por expertos de la talla de Peter Piot (descubridor del virus del ébola).
Los ciudadanos chinos más críticos con el régimen opinan que la máxima prioridad de las autoridades es el control y manipulación de la información, y el acallamiento de críticas. Muchos de los que han intentado informar sobre el COVID-19 han sido arrestados o han desaparecido. También Li Wenliang, el médico de 34 años que alertó de los primeros siete casos en el hospital de Wuhan por su similitud con la pandemia de SARS de 2002-2004 (y luego confirmada por análisis genómicos).
Pero, a pesar de todo, el gigante asiático ha demostrado al mundo que su estrategia de contención es capaz de frenar la epidemia, mientras que los líderes europeos han sido seriamente criticados no solo por su retraso en adoptar este tipo de medidas, sino también por la falta de coordinación sanitaria entre los diferentes países.
El peligro de los sesgos
Un gran enemigo en la lucha contra la pandemia son los datos sesgados e incompletos. Por ejemplo, la tasa de mortalidad del coronavirus se ha calculado de forma oficial en un 2,3 %, pero haciéndonos las preguntas adecuadas se puede ver rápidamente por qué es incorrecta.
Por una parte, la tasa de mortalidad (fallecidos/infectados) suele calcularse una vez ha sido controlado el brote y se ha testado de forma sistemática a una parte representativa de la población. Por otra, según las estadísticas oficiales de los diferentes países a 17 de marzo de 2020, la tasa de mortalidad en China sería del 4,0 % (3 226/80 881), la del Reino Unido del 3,6 % (55/1 543) y la de Italia del 7,7 % (2 158/27 890).
La única conclusión que se puede sacar es que las estadísticas de mortalidad y morbilidad están condicionadas por la cantidad de test que se realizan en los diferentes países.
En Italia, por ejemplo, están examinando a la población de forma exhaustiva y sistemática. En los Países Bajos solo hacen la prueba de la infección por coronavirus a quienes están muy enfermos, y no a cualquiera que tenga síntomas.
La tasa de mortalidad es, además, dependiente de la estructura por edades de una población. Italia es el país más envejecido de la UE.
Hay que tener en cuenta que es posible infectarse sin haber estado en contacto con una persona visiblemente enferma, ni haber estado en ciudades con gran densidad de contagios. Por eso se cree que uno puede ser portador asintomático del coronavirus e infectar a otros durante el periodo de incubación de 14 días.
Finalmente, como casi nadie se muere de forma inmediata por una infección de coronavirus, una estimación más precisa de la tasa de mortalidad vendría dada por el número de fallecidos / (fallecidos + pacientes recuperados). Según las últimas estadísticas globales (a fecha de 17/3/2020), la cuenta quedaría: 7 511 / (7 511 + 80 874) = 0,0849. La cifra equivaldría a un 8,5 %.
Otra estadística comprometida es la del número de personas a las que un portador puede llegar a infectar (ritmo básico de reproducción, R₀). De momento, el R₀ preliminar del SARS-CoV-2 se encuentra entre 2,24 y 3,58). El dato es similar al registrado en la pandemia de SARS (2002-2004), y superior al de la gripe española (1918) y la epidemia de ébola (2014).
Las estimaciones erróneas de la tasa de mortalidad y del R₀ son increíblemente peligrosas a la hora de dar una respuesta sanitaria adecuada.
Problemas debidos a la falta de transparencia
Otro tipo de sesgo muy dañino es la ocultación de información. Irán (un importantísimo foco de COVID-19) intentó negar la existencia del coronavirus aún cuando su portavoz dio una conferencia de prensa con claros signos de contagio, que posteriormente fueron confirmados.
Aunque se había estimado que el régimen iraní solo estaba informando de la cuarta parte de los fallecimientos, la situación probablemente es mucho más grave si tenemos en cuenta las últimas imágenes por satélite que parecen mostrar la habilitación de fosas comunes y la liberación confirmada de 85 000 presos de las cárceles iraníes como medida de emergencia para intentar frenar la propagación del coronavirus.
Disponer de datos fidedignos es la única vía efectiva para hacer predicciones sobre la evolución de una epidemia o pandemia y poder tomar decisiones basadas en el dato. Solo así los sistemas sanitarios podrán prepararse de la mejor forma posible.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.