Pensemos en que envejecer acompañados de una soledad no deseada tuviera que ver con las fuerzas centrifugas que la sociedad ejerce sobre las personas mayores, expulsándolas cada vez más lejos.
Esto nos llevaría a creer que envejecer, y además solos, con la escasez de movimiento que se genera, supone llegar a una etapa de la vida cuasi insulsa, contrariada. Sería algo alejado de cualquier paradigma de dignidad y de la belleza que supone vivir más años en un envejecer individual, consentido y deliberado por la propia persona, desde su propia libertad de elección. ¿Es eso correcto?
¿Qué significa envejecer?
Si a la visión social del envejecimiento que expulsa y limita le añadimos la soledad no esperada, el peso de este acompañante lo amplía incluso a la claudicación y al silencio de quien se sabe o se siente solo, con la dificultad entonces de detectar o prevenir dicha soledad.
Porque los movimientos de una persona mayor en una soledad no elegida, en cualquier dirección, crean responsabilidades individuales al no concebir que estamos ante un modelo social que “desaloja” al llegar a esta etapa, además de por el estigma social de la soledad.
Considerando que los sentimientos que nos despierta, por no deseados, son los propios de un compañero perverso, seguimos sin concebir el envejecimiento como una oportunidad que tiene que ver con la vida y no con una etapa limitante.
Esto convierte la soledad no deseada en un problema social, por la provocación que supone saberla y no detectarla en fases más tempranas que garanticen una vida plena que no nos haga llegar a envejecer en soledad siendo invisibles.
Vivir bien, más que vivir mucho
Quizás es ahora cuando la reflexión nos debe recordar que no es cuestión de vivir mucho, sino de vivir bien. De modificar las fuerzas que ejercen acciones centrífugas que generan soledad en esta etapa y madurar. Para detectar el presente de la persona mayor se necesita reunir la identidad de la persona a lo largo de toda su vida.
La inquietud ante una vejez en soledad nos puede llevar a pensar en un vacío, en la pérdida del sentido. Ninguno de nosotros está preparado para la dificultad que nos transforma en vulnerables cuando no somos capaces por nosotros mismos de dar respuesta al problema. ¿Quién se prepara para vivir la vejez en una situación de soledad no deseada como problema principal? ¿Quién se imagina mayor y solo y cómo explicarlo?
Ya se reflejaba este miedo en El Rey Lear de William Shakespeare, donde el protagonista, que siempre confió en su propio poder para afrontar la vida en la ilusoria invulnerabilidad a través del tiempo, ve con terror la falta de control y la necesidad de los demás en esta etapa.
¿Y si no tenemos a nadie?
Cuando las redes primarias no amortiguan el ajuste y no existen más redes de apoyo, aparece la soledad. Cuando una persona aislada observa y contempla la situación que vive, le es difícil discernir si se ha vuelto más aislada, más inoportuna para relacionarse o si los apoyos que logra son significativos para esta etapa, dentro de la visión total de su vida…
Y aparecen de nuevo las fuerzas que expulsan por aislamiento, cuando “el aislado”, por ser mayor, primero fue expulsado.
Transformar la realidad de la soledad no deseada es parte del envejecer con sentido, y forma parte del desarrollo de la sociedad. Esta, por su parte, debe dejar de lado las generalizaciones descriptivas sobre cómo prevenir o actuar ante estas situaciones.
Como sabemos poco sobre lo que resulta excepcional en esta etapa y sobre lo que no, cuando nuestro conocimiento en cualquier área muta a cada instante, parece prudente ser sencillamente específicos en la atención de las distintas formas de envejecer y abordar lo que da sentido a envejecer con dignidad.
Observar la soledad no deseada desde la generalidad no brinda respuestas sociales sustantivas, sino medidas que arrollan la dignidad y lo consentido, porque nos igualan.
Es la dignidad la que hace a los individuos resistentes a todo en cualquier etapa. Es la dignidad ante la soledad no deseada la que se erige como principio humanista que orienta la detección desde una visión del envejecer no utilitarista, la que se opone a legitimar la protección social ante la soledad no querida, por resultados ventajosos para la mayoría social, pensando que la individualidad daña la rentabilidad económica y social de las políticas de protección social.
El problema de la soledad no deseada en la vejez es que las historias conocidas son demasiado escasas y poco visibles para que nos hagan ver la variedad de partida en la vida de todos nosotros y el momento de llegada a la soledad. Son estas, por tanto, pocas historias para hacernos dudar de las responsabilidades del modelo de sociedad en el que vivimos y poder ver que expulsa por mayor y silencia por el estigma social que supone estar solos.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.