El envejecimiento de la población constituye uno de los mayores retos del siglo XXI.
Vivir durante más tiempo es un indiscutible logro fruto del desarrollo de nuestra sociedad. España será el país más longevo del mundo para el año 2040, por delante de Japón. El porcentaje de europeos octogenarios se duplicará para el año 2080, constituyendo alrededor del 12% de la población.
Ante este escenario, la Unión Europea, en el Marco de Acción Europeo sobre Salud Mental y Bienestar, reconoce el derecho de las personas de edad avanzada a tener una vida plena y a su integración efectiva en la sociedad actual.
En esta misma línea, la Organización Mundial de la Salud recoge, en su Estrategia y Plan de Acción Mundial sobre el Envejecimiento y la Salud 2016-2020, la necesidad de la promoción del bienestar en las personas de mayor edad, la cual debe constituir un aspecto prioritario de la agenda social pública.
Funcionamiento social de los mayores
A lo largo del ciclo vital se producen diversos cambios en nuestras vidas (jubilación, limitaciones funcionales o pérdidas emocionales) que afectan a nuestras relaciones sociales y determinan nuestro funcionamiento social: las personas de edad avanzada suelen tener una menor frecuencia de contactos en comparación con personas de menor edad; el tamaño de su red social se reduce significativamente y la familia más cercana se convierte en la principal, y a veces única, fuente de apoyo.
Asimismo, se observa una tendencia creciente en el número de personas mayores de 80 años que viven solas en su hogar, particularmente en mujeres. En consecuencia, las personas de edad avanzada muestran un mayor riesgo de aislamiento social y soledad.
Este aislamiento social, entendido como una ausencia de relaciones sociales significativas y sostenidas en el tiempo, junto con un aumento de soledad no deseada, se han asociado en numerosos estudios con un peor estado de salud, depresión, deterioro cognitivo, e incluso una mayor probabilidad de muerte prematura.
En el lado opuesto, sabemos que las personas mayores se involucran en actividades formales (por ejemplo, voluntariado) y se comprometen con su comunidad (por ejemplo, a través de reuniones vecinales) en mayor medida que personas más jóvenes.
En esta etapa de la vida, las relaciones sociales predominan por su calidad más que por su cantidad y la reciprocidad adquiere un mayor valor.
“La soledad es lo peor”
María, 85 años, viuda, vive sola en una gran ciudad:
“Una de las cosas fundamentales es la socialización, poder comunicarte con otros. Lo de la soledad es lo peor [que te puede pasar]”.
María es una de las participantes del proyecto europeo EMMY, un estudio que ha explorado los aspectos que más influyen en el bienestar subjetivo de las personas de edad avanzada. A través de diversos grupos focales, más de un centenar de individuos mayores de 80 años, procedentes de España, Italia, Noruega y Finlandia discutieron sobre sus experiencias acerca del bienestar.
Los participantes lo tienen claro: las relaciones basadas en la confianza mutua, la pertenencia y las experiencias compartidas son claves para su bienestar.
Figura 1. La dimensión social en el bienestar subjetivo de las personas mayores
Las interacciones con la familia más cercana son consideradas esenciales para el bienestar, puesto que generan sentimientos de aprecio, conexión y apoyo.
Durante esta etapa vital es también fundamental estar rodeado de amigos de confianza y compartir actividades con personas de su misma edad, particularmente ante la ausencia de vínculos familiares.
Calidad, mejor que cantidad
Asimismo, la participación social es determinante. Ser una persona socialmente comprometida y participar en la comunidad promueve el sentido de competencia y pertenencia al grupo, la comunicación y fomenta la autoestima. Este trabajo confirma que la calidad y la robustez de la red social son mucho más importantes para el bienestar que el tamaño y las interacciones sociales en personas de edad avanzada.
De acuerdo con la teoría de la selectividad emocional, los objetivos orientados al presente adquieren mayor valor cuando el tiempo se percibe como limitado. Así, a medida que envejecemos, las personas prestan más atención a la calidad emocional de los intercambios sociales y descartan aquellas relaciones que tienen menos probabilidades de ofrecer la reciprocidad esperada.
El desarrollo y la implementación de diferentes acciones que incluyan espacios accesibles para la participación en la comunidad y el mantenimiento de las relaciones sociales, especialmente en aquellos individuos con una red social limitada o que reporten sentimientos de soledad, pueden fomentar el bienestar entre la población de edad más avanzada.
Las actividades dirigidas al fomento de la participación en actividades sociales no solo facilitan el acceso a la red social, sino que impulsan el intercambio de conocimiento, mejoran nuestras habilidades lingüísticas y estimulan la plasticidad cerebral.
Elvira Lara Pérez, Psicóloga. Investigadora postdoctoral, Universidad Autónoma de Madrid
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