La “leyenda negra” es una expresión que se fundamenta en relatos ajenos, en lo que se podría llamar rumores y en los hechos históricos. En el siglo XVI, España encarnó con mucha fuerza una leyenda negra por varias razones.
El imperio español era en aquella época una potencia de influencia internacional que estaba en varios frentes de guerra. A nivel europeo, los primeros enemigos de España eran los países que no eran de confesión católica: hablamos de los protestantes, de los luteranos o de los anglicanos, por ejemplo.
Felipe II, hijo de Carlos V, continuó con la labor que emprendió su padre, es decir que prosiguió una lucha mundial para extender la fe católica en el mundo. Por ser el representante de aquel imperio, Felipe II era, para parte de sus coetáneos, el origen de todos los males, con lo cual se le consideraba un déspota tiránico.
Nos proponemos aquí explorar las condiciones de emergencia de dicha expresión de “leyenda negra” aplicada a Felipe II en el siglo XVI en comparación con la fama de Juan Negrín en el siglo XX. Veremos cómo, desde una perspectiva privada y otra más política, la fama de estos dos hombres relevantes de la historia de España con más de tres siglos de diferencia comparten muchos puntos en común.
A los dos, la historiografía los atacó por sus efectos nefastos en el pueblo español en cuanto a tomas de decisiones en el ámbito público.
Resulta que el azar hizo que los dos vivieran sendos fracasos matrimoniales. Felipe II se había casado con Isabel de Valois, con la que tuvo dos hijas: Isabel Clara Eugenia y Catalina Micaela. Pero antes, con su primera esposa, María de Portugal, también había tenido un hijo, el príncipe don Carlos, que sufrió durante toda su vida una enfermedad crónica. Felipe II, al darse cuenta de que no le era posible delegar el poder en su hijo, lo mandó a un torreón convertido en cárcel en el Alcázar de Madrid. Murió en extrañas circunstancias en 1568.
Aquí encontramos las primeras similitudes con la vida de Juan Negrín. Veamos. Negrín se casó una primera vez con María Friedelman, con quien tuvo cinco hijos: Juan, Miguel, Rómulo, Dolores y María. Negrín sufrió la pérdida de sus dos hijas en 1922 y 1925. Así que tanto él como Felipe II vivieron la experiencia más dolorosa que pueda atravesar un padre: la muerte de un hijo. Si al Rey lo acusaron de haber ordenado la muerte de su hijo, no fue el caso para Negrín, pero sí que se le acusó de haber ordenado el asesinato de Andreu Nin, líder del POUM.
Dramas familiares
Pues resulta que esas dos muertes, la del hijo Carlos para Felipe II y la de Nin para Negrín, fueron verdaderas pesadillas en sus respectivas vidas. También entre los dos hombres es parecida la elaboración de una leyenda negra a partir de dichos acontecimientos sospechosos.
En efecto, la historiografía contemporánea de los dos hombres tuvo un papel importantísimo en la difusión de su mala fama. Fue ciertamente Guillermo d’Orange en la época de Felipe II quien alimentó más y mejor la leyenda negra de España y de Felipe II. En su Apología, acusó directamente al monarca de ser el responsable del asesinato de Carlos y también de su mujer Isabel de Valois.
En la época de Negrín, los libros de Jesús Hernández, Yo fui ministro de Stalin, y de Alexander Orlov, La historia secreta de los crímenes de Stalin, cumplieron con la tarea de difundir ampliamente la fama de asesino de Negrín.
La traición de un cercano
Además, tanto Felipe II como Negrín vivieron lo que se podría llamar la traición de un cercano. El secretario del Rey, Antonio Pérez, publicó unos escritos muy virulentos en contra de él, los cuales sirvieron de base a la leyenda negra.
Durante la Guerra Civil, fue Indalecio Prieto, siendo ministro de Defensa con Negrín como jefe del Gobierno, quien le acusó de actitudes casi despóticas cuando lo echó del Gobierno por su pesimismo excesivo.
A Felipe II y a Negrín se les culpó de ser fanáticos, uno por su ansia de poder y de extender la fe católica por el mundo y otro por resistir y, según dicen, alargar inútilmente la Guerra de España.
Finalmente, se puede hacer otra comparación entre las leyendas negras de esos hombres. La historiografía posterior ahondó en los fundamentos de esos mitos hasta hablar de leyenda blanca (Ian Gibson) o rosa (Ricardo García Cárcel) en el caso de la leyenda negra de España.
Lo mismo está sucediendo con Negrín por la multitud de trabajos que han contribuido últimamente a rehabilitar su figura. Tanto en 2008, cuando se le devolvió póstumamente su carné del PSOE, como con las obras de Ángel Viñas, Ricardo Miralles, Gabriel Jackson o Enrique Moradiellos, que matizan, sin lugar a dudas, lo que la historia quiso convertir en un chivo expiatorio.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.